Festín de cuervos (Canción de hielo y fuego 4) by George R.R. Martin

Festín de cuervos (Canción de hielo y fuego 4) by George R.R. Martin

autor:George R.R. Martin [Martin R. R. George]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 978-607-312-369-3
editor: Penguin Random House Grupo Editorial México


Samwell

Sam estaba junto a la ventana, meciéndose nervioso mientras contemplaba como se ocultaba el sol tras una hilera de tejados acabados en punta.

«Seguro que se ha emborrachado otra vez —pensó, sombrío—. O si no, es que ha conocido a otra chica. —No sabía si soltar maldiciones o echarse a llorar. Se suponía que Dareon era su hermano—. A la hora de cantar, nadie lo hace mejor. Pero como se trate de otra cosa....»

La niebla del ocaso empezaba a cubrir la ciudad; las lenguas grisáceas ascendían ya por las paredes de los edificios que bordeaban el antiguo canal.

—Prometió que volvería —dijo Sam—. Tú estabas delante.

Elí alzó los ojos enrojecidos e hinchados. El pelo le colgaba ante el rostro, enmarañado y sucio. Parecía un animal acosado que lo mirase desde detrás de un arbusto. Hacía muchos días que no tenían fuego, pero a la chica salvaje le gustaba acurrucarse al lado de la chimenea, como si las cenizas frías aún emitieran algo de calor.

—No le gusta estar aquí con nosotros —dijo en susurros para no despertar al bebé—. Aquí hay tristeza. Le gustan los sitios donde hay vino y sonrisas.

«Sí —pensó Sam—, y vino hay por todas partes menos aquí. —Braavos estaba plagado de tabernas, cervecerías y burdeles—. ¿Quién puede culpar a Dareon por elegir un buen fuego y una copa de vino especiado en vez de una rebanada de pan duro y la compañía de una mujer que llora, un gordo cobarde y un anciano enfermo? Yo, yo lo culpo. Dijo que volvería antes del crepúsculo; dijo que nos traería vino y comida.»

Miró por la ventana una vez más, esperando contra toda esperanza ver regresar al bardo con pasos apresurados. La oscuridad envolvía la ciudad secreta, reptaba por los callejones y descendía por los canales. Las buenas gentes de Braavos no tardarían en cerrar los postigos y atrancar las puertas. La noche era para los jaques y las cortesanas.

«Los nuevos amigos de Dareon», pensó Sam con amargura. Últimamente, el bardo no hacía más que hablar de ellos. Estaba tratando de escribir una canción sobre una cortesana, una mujer llamada Sombra de Luna que lo había escuchado cantar junto al estanque de la Luna y lo había recompensado con un beso.

—Tendrías que haberle pedido plata —le había dicho Sam—. Lo que necesitamos son monedas, no besos.

Pero el bardo se limitó a sonreír.

—Hay besos que valen más que el oro, Mortífero.

Aquello también lo enfurecía. El cometido de Dareon no era escribir canciones que hablaran de cortesanas; su misión era cantar las maravillas del Muro y el valor de la Guardia de la Noche. Jon había albergado la esperanza de que sus canciones persuadieran a algunos jóvenes para que vistieran el negro. Pero solo cantaba canciones de besos dorados, cabellos de plata y labios rojos, rojos, rojos. Nadie había vestido nunca el negro por unos labios rojos, rojos, rojos.

Y a veces, cuando tocaba, despertaba al bebé. El niño empezaba a berrear; Dareon le gritaba que se callara; Elí se echaba a llorar, y el bardo salía por la puerta y tardaba días en volver.



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